Del paraiso y el infierno
El
24 de marzo de 1916, en mitad del Canal de la Mancha, un torpedo del submarino
alemán SM UB-29 partía en dos el buque de bandera francesa Sussex. En pocos minutos ochenta de sus pasajeros fueron tragados
por las frías aguas atlánticas, ochenta vidas truncadas por el insensato
destino además de por la estéril y absurda crueldad de la guerra, entre ellas
la de Enrique Granados, que a salvo en un bote salvavidas no dudó lanzarse de
nuevo al agua para intentar salvar a su esposa. Desaparecía así, a los cuarenta
y ocho años, aclamado internacionalmente, sin haber alcanzado la cima de su
arte y teniendo aún un largo camino por recorrer, uno de los más importantes
valores de la música española.
Sin olvidar el centenario de tal
efeméride, el Trío Arriaga en su concierto de la 47 Semana de Música de Cámara
de Segovia, ofreció dos hermosas obras del compositor leridano. Con cierta frecuencia
este tipo de homenajes alrededor de una fecha biográfica suelen presentar
cierta falta de preparación y unos resultados artísticos no siempre brillantes,
sin duda no es el caso del Trío Arriaga que planteó una soberbia lectura del Trío Op. 50 de Granados. Música de gran lirismo, marcada
por retazos melódicos de fuerte impronta muy característicos del autor,
encantadora por su estilización de lo popular, por el elegante bucolismo y por
ese sutil perfume francés que envuelve la página, el Trío Arriaga se decantó
por enaltecer la transparencia del discurso, la limpieza de los efectos
tímbricos y destacar el aspecto expresivo en una obra claramente deudora de la
tradición romántica.
De estrenar exitosamente la ópera Goyescas en el Metropolitan de Nueva
York volvía Granados cuando encontró la muerte. Precisamente el Intermezzo de esa obra, precipitadamente
compuesta la noche previa a su estreno, marcó uno de los momentos culminantes
del concierto del Trío Arriaga. La emoción del discurso o detalles sublimes
como el sensacional unísono de violín y violonchelo son absolutamente
inenarrables, hay que estar ahí para apreciarlos y valorarlos en su justa medida.
La incontestable ejecución del Trío nº 2, Op. 67 de Dmitri Shostakóvich
supuso una bofetada expresiva al transportarnos súbitamente del irisado, etéreo
y paradisiaco paisaje creado por Granados al tenebroso, subjetivo y temeroso
infierno que le tocó vivir a Shostakovich en la Unión Soviética. Nunca valorado
en su auténtica dimensión de genio, siempre en el punto de mira y bajo la perpetua
sospecha, atenazado por el "Terror" estalinista y temiendo constantemente
acabar en el ostracismo o en el gulag,
la obra de Shostakovich es fiel reflejo de sus circunstancias personales. En
este sentido podríamos decir que es heredero del espíritu romántico ya que en
él, el sentimiento encuentra siempre eco en su creación artística, un sentimiento
a veces enmascarado -maquillado para satisfacer al régimen- en el que la
alegría nunca es alegre, sino sarcástica, y en el que la tristeza siempre es
profunda e infinita.
Si hay que definir la música de
Shostakóvich yo siempre digo bella. Bella por su perfección formal, bella por
su fuerza rítmica, bella por su melodismo, bella por su capacidad para crear
imágenes en el oyente, bella por invitarnos a la exploración de nuestro yo
individual, bella porque, como la persona amada, te convierte en su confidente...
bella porque es imprescindible.
Y todo eso estuvo en la sólida interpretación
del elegiaco Trío nº 2 Op. 67. Desde
los sorprendentes armónicos iniciales del violonchelo hasta las enfáticas
melodías folklóricas judías del Allegretto
final, pasando por el musculoso y acentuado torbellino del Allegro non troppo y la subyugante transformación espiritual que a
modo de passacaglia supone el Largo, el Trío Arriaga demostró su
brillantez técnica y su profundo compromiso expresivo, un maravilloso sentido
para marcar líneas de desarrollo donde cada elemento dinámico y rítmico encaja
a la perfección para crear una transición coherente entre los marcados
contrastes de tensión y reposo que caracterizan la música de Shostakovich.
Magistral interpretación prolongada
en una generosa y enjundiosa propina, consistente en el Scherzo del Trío nº 2, en mi
bemol mayor, Op. 100, con la que se cerró el que se va prefigurando como
principal acontecimiento artístico del Festival de Segovia.
Luis Hidalgo Martín
47
Semana de Música de Cámara de Segovia
Trío
Arriaga
Felipe
Rodríguez, violín
David
Apéllaniz, violonchelo
Daniel
Ligorio, piano
Obras
de Granados y Shostakóvich
San
Juan de los Caballeros - Museo Zuloaga
Comentarios